Acá hay algo de lectura variopinta para pasar el rato. Si el material es de su agrado, les agradeceré que me lo hagan saber pues alimenta mi ego. De lo contrario también avisen así no paso más verguenza.

Tuesday, September 26, 2006

Si me voy...

Si me voy...
(por Lechuza)

Alguien dijo una vez que lo más difícil de escribir algo, lo que sea, es comenzar. En este momento no recuerdo exactamente quién, que además tampoco lo dijo con esas palabras, pero eso no es lo importante en este momento sino la certeza de su sentencia.
Fumaría un poco de marihuana y me sentaría junto a la estufa de leña a mirar el fuego y las brasas incandescentes que tienen ese color y esa textura tan propicia para perderse en ellas, persiguiendo algún pensamiento extraviado.
En cambio estoy sentado frente a la computadora con un vaso de whisky y un cigarrillo encendido que opto por dejar en el cenicero para que no me estorbe.
Es temprano pero tengo mucho cansancio y sueño. Afuera está lloviendo y me da pereza salir, aunque sé que en un rato tendré que recoger a Luján por su ensayo. Realmente me da bastante pereza, pero es martes y es una de las pocas noches de la semana que puede quedarse a dormir en casa.
Ella es uno de los motivos por los cuales estoy acá sentado, tratando de escribir unos párrafos medianamente potables para un pasquín que no leen ni sus propios columnistas. Uno de los motivos que me mantienen con la esperanza de salir de esto y lograr un espacio en alguna revista como la gente o poder escribir un guión que a alguien le interese realizar, y así dejar el taxi sin tener que probar suerte en otro país, como creo que en definitiva tendré que hacer.
Hace unos meses estuve a punto de irme, pero de la noche a la mañana nuestra relación cambió, o más bien ella cambió la relación. Tal vez porque tuvo miedo porque la separación fuera definitiva. En realidad yo también.
Pero estaba dispuesto a hacerlo juntos, a diferencia de ella.
Entre la familia, el teatro y sus amigos tiene suficientes razones para quedarse en este país de mierda que solo asfixia poco a poco a los que tienen el coraje de quedarse.
A pesar que maldigo todo el tiempo, no sé que haría en otro lugar. No solo por extrañar a las personas sino también las situaciones. La sensación de estar acá.
Matear en la rambla mientras leo o converso con alguien, un sábado en el Mercado del Puerto o un asado con mis amigos. Tocar los tambores o ir los jueves al boliche de Pedro y encontrarme con quién esté. Tomar una cerveza bien fría en la rambla, cualquier noche de verano. Incluso el taxímetro me fastidia, pero en ningún lugar del mundo las historias que cuentan sus pasajeros estarán tan cargadas de melancolía, ni las paradas donde se juntan los choferes tendrán el mismo olor a chorizo al vino blanco.
No sé que tienen esos muritos donde se juntan los pibes, ni los cordones donde rebotan las pelotas de fútbol, pero estoy seguro que eso no existe en otro lugar del mundo.
¿O habrá en alguna parte veteranas que, como en mi barrio, se despierten a las siete y media de la mañana para barrer la vereda y armen varios montoncitos de hojas secas junto al cordón para quemarlas e inundar de olor a humo todas las casas de la cuadra? Veteranas que se sienten al solcito a tomar mate y cuando se aburran o recuerden algún chisme, se arrimen a conversar con la “quinelera” y las eventuales comadres que juegan tres pesos a la cabeza y cinco a los diez.
Realmente no creo que encuentre estas cosas en ninguna parte.
Eso no quita que quiera irme, que quiera hacer el intento de mejorar. Tampoco quita que pueda escribir unas líneas para el diario antes de recoger a Luján.
Sé que esto último tampoco es fácil, sino ya lo hubiese hecho. Y no lo es porque nada me motiva. Veo todo tan oscuro que resulta difícil encontrar algo estimulante.
No sé que hacer para lograr algo interesante para publicar pero conseguí algo para esperar que llegue la hora de salir.
Tal vez si me voy me quede sin historias que contar o personajes que describir.
Será porque no puedo escribir sobre algo que no conozco o que no siento como propio. Creo que lo sentiría tan ajeno como quién lea mis cosas y haya nacido en un 10° piso de 18 y Ejido y su principal divertimento fuera un Atari. De alguien que nunca tuvo un perro, ni tuvo la posibilidad de hacerlo mear en el zaguán de los vecinos más ortivas. O que estuvo pupilo durante los años escolares, sin poder jugar un partido de fútbol contra los de la otra cuadra, para luego y como siempre, terminar con una escaramuza que empezó con una pelota que para unos no entró, que pasó alta, por encima de nuestro travesaño imaginario.

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