Acá hay algo de lectura variopinta para pasar el rato. Si el material es de su agrado, les agradeceré que me lo hagan saber pues alimenta mi ego. De lo contrario también avisen así no paso más verguenza.

Tuesday, September 26, 2006

¿Como pude llegar a esto?

¿Como pude llegar a esto?
(por Lechuza)

Es casi el mediodía del domingo y un muchacho de unos veintitantos se levanta de su cama, dispuesto a darse una ducha. Entra al baño y se mira al espejo, un poco mareado por la resaca de la noche anterior, reconociendo así que la última cerveza estuvo demás.
Corre la cortina de la ducha distraído pero inmediatamente descubre algo que lo paraliza un instante. Traga saliva y sin apartar su mirada de ahí, sale del baño. Retrocede hasta toparse con un rincón del living y se desliza hasta quedar sentado en el suelo, con los brazos alrededor de las piernas.
Repentinamente suena el teléfono. Observa el aparato temeroso, dejándolo repicar unas cuantas veces hasta que decide atender.
- Hola Fernando, ¿recién te levantás?- dice su madre, que como todos los domingos lo llama para que vaya a almorzar a su casa.
- Si… más o menos- logra decir mientras trata de recomponerse.
- ¿Vas a venir?
- No, la verdad que no creo.
- Otra vez lo mismo- replica un tanto molesta-. Ya no nos vemos nunca.
- Perdón mamá pero tengo cosas que hacer. Después hablamos- responde para terminar la conversación, aún un poco tenso.
- Está bien. Un beso. Pero llamame eh...
- Si, no te preocupes. Un beso.
Cuelga y se queda mirando el teléfono, pensativo.
Unos minutos más tarde, cavilando aún en busca de respuesta a su descubrimiento, escucha el sonido de la cerradura y se sobresalta. Entra una chica que lo saluda con naturalidad.
- Mi amor ¿cómo dormiste?- consulta justo antes de darle un rápido beso.
- Bien, bien... - responde disimulando su asombro.
- Pensé que iba a llegar antes que te despertaras- le dice a modo de disculpa-.
Pasé por la rosticería y traje un arrollado de pollo. ¿Te gusta verdad?- y ante un tímido gesto de aprobación, ella entra a la cocina-. ¿Sirvo la comida o te bañas primero?
- No, deja... me baño después.
Fernando aprovecha la distracción para ir hasta el baño y mirar en la ducha sin saber qué hacer, pero se interrumpe cuando la escucha en el living preparando la mesa.
Cierra la cortina y va hasta su cuarto por un jogging para sentarse a comer junto a ella.
La chica hace algunas apreciaciones triviales sobre la comida y él responde lo indispensable, aún abstraído.
- Me encontré con la viejita divina del primero...- comenta ella luego de un largo silencio- esa que es amorosa y cuando me ve me da charla– aclara para facilitarle las cosas al muchacho.
- Si..., la ubico- atina a decir, un tanto desconcertado.
- Te mandó saludos, pero además dice que no te olvides de devolverle el cuchillo de cocina que te prestó el otro día.
- Ah si, es verdad.
- Si querés se lo bajo después y mañana le pido uno a mi madre.
- No... no vale la pena- interviene un poco tenso- Mañana compro uno y se lo devuelvo.
- Bueno, como quieras – dice sin dar mayor importancia al asunto.
Luego de unos instantes y un par de comentarios de ella sobre el clima del día, terminan de comer y la chica lleva las cosas a la cocina. Luego va al dormitorio ante la atenta mirada de Fernando. Se abriga con un buzo de él y regresa. Se sienta en el sofá a ver la tele mientras el muchacho se levanta de la mesa desorientado.
Haciendo un gesto con su mano, acompañado de una dulce sonrisa, lo invita junto a ella. Fernando se acerca dubitativo hasta que se recuesta en su falda, ocultando su rostro ensombrecido. Ella parece disfrutar, en cambio él mira el televisor pero piensa en otra cosa.
Así pasa un rato hasta que ella mira el reloj. Se levanta para ir al dormitorio y después al baño, sin darle tiempo de reacción. Él espera expectante, hasta que regresa cepillándose los dientes.
- Me voy a estudiar a lo de Julieta. Calculo que vengo pronto- le comenta con la boca espumosa-. Él apenas logra asentir con la cabeza antes que ella regrese al baño para enjuagarse. Recoge lo necesario, lo pone en su mochila y le da un beso de despedida. Él sigue con la vista todos sus movimientos hasta que sale y luego con su oído hasta que el ruido de sus pasos se desvanece por la escalera.
Espera un instante y va al baño para verificar que en la ducha siga todo igual. Recorre el apartamento preocupado. Vuelve al living. Toma el teléfono y llama.
- ¿Javier?- pregunta nervioso cuando lo atienden.
-¿Si... Fernando?- su amigo parece reconocerlo a pesar de todo.
- Si, soy yo. Necesito que vengas por acá.
- ¿Qué pasa?- consulta con cierta pereza.
- No sé exactamente pero ¿podés venir a casa, por favor?
- Pero ¿qué...?- inquietándose por el tono- ¿Es algo grave?
- Si... mirá, no te lo puedo explicar ahora. Mejor si venís y hablamos acá.
- Bueno, está bien. Tengo que ir a buscar a Marcelo y voy para ahí ¿Te parece?
- Dale, chau- responde Fernando secamente y corta.
Los siguientes minutos le resultan interminables. Sentado en el sofá, fuma un cigarrillo y hace zapping compulsivamente hasta que suena el timbre. Se levanta como con un resorte, abre la puerta y entran ambos amigos.
Sin siquiera saludarlos Fernando comienza a explicarles el asunto de forma bastante confusa. Ellos tratan de calmarlo y al cabo de unos minutos logran organizar el relato con preguntas que él contesta con lo que sabe o lo que recuerda.
- Pero cuando la encontraste ¿Carla no estaba?
- No, llegó unos minutos después con un arrollado de la rosticería -responde esta vez, con el fastidio de quién no se siente comprendido-. Después comimos y miramos tele hasta que se fue a estudiar a lo de una compañera. Pero vuelve en un rato…
- ¿Y que pensás hacer?- continúa Marcelo aún perturbado.
- No sé, no sé... Cuando la vi me di cuenta que se me había ido la mano. Pero el problema es que no me acuerdo lo que pasó anoche. ¿Y si fue cosa de ella?- agrega luego de una pausa, tratando de deslindar su responsabilidad.
- No creo... ¿a vos te parece que va a hacer algo así sin que vos tengas nada que ver?- Javier formula la pregunta con evidente ironía.
- No sé, la verdad que no entiendo nada- responde claramente angustiado.
- Y ayer... ¿como fue todo?- Marcelo camina por el lugar con su mano en el mentón, en actitud analítica.
- Normal, yo que sé…
- ¿Y no sabés como pudo llegar hasta ahí? – profundiza, señalando el baño.
- No, que voy a saber...
- ¡Estarías bien borracho hijo de puta!- Javier interrumpe meneando la cabeza.
- Bueno ta… -lo corta Fernando avergonzado- ese no es el asunto ahora.
- Entonces ¿Carla fue al baño pero no comentó nada? – insiste Marcelo.
- Si, claro que fue. La estuve mirando todo el tiempo.
- Pero si no corrió la cortina, tal vez no haya visto nada- argumenta Marcelo, tratando de contemplar todas las opciones.
- Para mí que sabe y se hace la boluda- acota secamente Javier.
- En realidad…- Marcelo reflexiona amparándose en la contundencia los hechos- como sea estás en tremendo lío.
- ¡Has criado un monstruo!- exclama Javier con fingido dramatismo mientras se para.
- No jodas, esto es serio- los corta el damnificado, realmente preocupado por la situación.
- Hermano, que cagada te mandaste! -se compadece Marcelo, poniéndole una mano en el hombro, luego de un breve silencio.
Javier mira el baño y camina tímidamente hacia allí mientras Fernando lo observa.
- ¿Puedo ver... o es algo muy fuerte?- pregunta finalmente desde el pasillo.
- No seas idiota- responde con resignación, al tiempo que Javier llega al baño, respira hondo y corre la cortina para mirar en su interior.
Solo un instante le basta para aventurar el desenlace.
- De esta no te escapás... esta mina se te queda- grita desde allí, al ver la bombachita colgando en la canilla.

El novio perfecto

El novio perfecto
(por Lechu)


Un jueves como tantos, Mario, Juancito y el Mono se reúnen a comer en la parrillada del gallego Luis. El lugar es un pequeño local improvisado en una esquina sin mucho movimiento y que no tiene mayor encanto que la mano del gallego en la parrilla y la sensación de estar como en casa ya que solo es frecuentado por ellos, los vecinos de la vuelta y algún taxista que decide hacer un parate en la jornada.
-¿Te contó Patricia del novio de Adri?- abre el fuego el Mono, luego de pedirle al mozo un par de chorizos y una morcilla.
- ¿A vos también te agarraron con eso?- responde Mario golpeándose la frente con la mano abierta.
- Si loco, me tiene acalambrado. Aparte ¡dejame de joder! eso es ahora que recién empezaron, pero dentro de unos meses lo quiero ver.
- Más bien, este tipo no va a aguantar ese ritmo.
- ¿Que pasó con el flaco? – tercia Juancito que conoce a la persona en cuestión pero no el asunto.
- Que parece que se pasa el día dándole de bomba y Adriana le contó a nuestras novias. Y ahora hay que aguantarlas, porque cada tanto nos mandan alguna línea- le explica Mario para no dejarlo por fuera.
- Ja, ja. Yo por suerte no tengo ese problema. Mariana no tiene nada que ver con ellas- comenta jactancioso Juancito-. ¿Alguna vez les hablé de los beneficios de tener una novia fuera del círculo de amigos...?
-Callate que en cualquier momento se cruzan en un casorio o cumpleaños y cagaste – responde el Mono irritado, haciendo una pausa para tragar-. Por más que no se conozcan, las minas se pasan todos los cuentos y más una como Adriana que habla hasta por los codos.
-Aparte se quiere sacar cartel porque hasta ahora venía mal atendida. ¿Te acordás del mamotreto que tenía antes?– aporta Mario mientras junta los dedos de la mano derecha haciendo el gesto universal de interrogación-. ¡Un boludo del año cero!
- Sos un hijo de puta. A ese tipo se lo presentaste vos- le recuerda el Mono.
- Si, está bien pero fue de casualidad. Yo no tengo la culpa que el flaco se me haya prendido después de una fiesta del laburo.
- Si, pero vos llegaste al boliche y se lo encajaste a Adriana para irte a los 10 minutos con Patricia
- Y qué querés, venía medio cachondo después que la Mariela se vareó delante mío durante toda la fiesta. Me tenía contra las cuerdas- Mario toma de su cerveza con el gesto de satisfacción de quién se reconoce aún con una cuota de arrastre.
- ¿Pero qué...?-se inclina Juan tímidamente sobre la mesa- ¿...el flaco no se la ponía nunca?
- Ni que vinieran degollando- afirma Mario al dejar su vaso, para que no quedaran dudas.
- Para... ¿me vas a decir que el tipo no quería?
- Si, pero era medio dormilón. Aparte solo curtía el misionero.
– Bueno, viste cómo es- Juancito levanta las cejas mostrando comprensión- a veces cuesta entrar en confianza con algunas pibas.
- ¡¿2 años?!
- Ah bue...- Juancito se reclina y muestra la palma de sus manos desvinculándose en este caso- ¿y no será que tu amigo se la lastra?
-Compañero de laburo– aclara Mario, apuntando hacia arriba con el dedo índice.
-Como sea, pero lo conocés desde hace tiempo ¿no?
-Si, pero nunca me pidió que nos encamáramos– responde inesperadamente, causando la risa de los amigos.
-Entonces es bien boludo, si vos sos más fácil que la tabla del uno.
Ríen un poco más mientras el Mono sirve más cerveza antes de volver la charla.
-¿Y ahora, que es de la vida de ese pibe?
- Ni idea, creo que está laburando en un estudio contable.
- No, te pregunto si anda con otra mina, porque para mi tiene razón el pendejo. Ese flaco tenía pinta de comilón...
- Después soy yo el hijo de puta...
-La mina cambió a este, que seguro ni se le paraba, por un toro campeón. Es lógico- aporta Juan con el aplomo que le otorga haber llegado a una brillante conclusión.
-Ya veo que vos también querés que te la ponga- le estampa Mario girándose hacia él.
- Dale ganso. Lo que no entiendo es porqué les quema tanto el bocho que este flaco le de todo el día a la matraca. ¡Déjenlo vivir!
-¡Vos estás loco! – el Mono retoma el hilo de la conversación después de mirarle el culo a una morocha que pasaba por la vereda–. Un tipo así nos hace mierda el mercado.
- Claro... –interviene Mario para redondear la idea- decime sino como carajo hago ahora para sostener el argumento que los buenos polvos se sacan de a uno y no más de dos o tres por semana cuando hay un criminal que se hecha de a cuatro y casi todos los días.
-Ah bueno, es en serio entonces…-concede Juancito que luego de un instante arremete de nuevo-. De todas formas ustedes están hechos puré... ¿no sacan dos a veces?
-Vos sos un poco más pendejo pero ya te quiero ver en un par de años- le dice el Mono a modo de justificación.
- No, yo nunca- sentencia Mario-
- ¿De pibe tampoco?- ahora el Mono sorprendido se acomoda en la silla para mirarlo a los ojos- ¿Nunca tuviste un fin de semana la casa sola y te encerraste con tu novia a meter bola todo el día?
- Nunca se me dio por eso – responde levantando los hombros tímidamente, como quién descubre que su razonamiento no es tan lógico pero no quiere dar el brazo a torcer.
- Ni a los diecisiete cuando estuviste con Paula. ¡Terrible putón la Paula! Aparte estaba buenísima.
- ¿Y que tiene que ver?- responde Mario y el Mono menea la cabeza, francamente preocupado.
- Por eso te largó ¿o no sabés que las minas son como las chapas?*
- Dejate de joder- Mario lo despeina con un golpe en la cabeza- ...con Paula la historia fue otra.
- Mono, me parece que con esa le metiste el dedo en la llaga... – advierte Juancito al tiempo que el diálogo es interrumpido por el mozo que deja un plato con el pedido.
Al irse, el Mono vuelve sobre el tema.
– Bueno, por algo soy su amigo. Si no lo avivamos nosotros ¿quién lo va a hacer?
-¡Porque vos sos el rey de los vivos!- responde bruscamente Mario.
- No, pero a mí no me soplan la dama porque no le hago el service- dice como si nada-. Agarren bo.
- Ta, cortala que se va a poner mal. Aparte acá el tema es el pibe éste que saca cuatro al hilo. Realmente es raro.
- ¡Más bien que es raro! Es imposible que el “amigo” le responda tan rápido. Hay dos: o se jarabea o la tiene chiquita.
- ¿Y que carajo tiene que ver el tamaño?
- Más o menos cantidad de sangre requerida para la erección, querido- responde Mario con suficiencia académica.
- ¿Esto te tiene tan preocupado que te pusiste a repasar biología?
- Vos reíte, pero seguro que para mear se la agarra con una pinza de cejas.
El Mono traga su bocado con calma antes de dejar caer comentario- Me parece que no Marito...
A pesar de la timidez de la frase, ésta capta la atención de los amigos. Juan y Mario se miran extrañados y se reacomodan hacia él esperando que continúe.
- ¿Qué... se la viste acaso? – pregunta finalmente Mario, un tanto preocupado.
- No boludo, pero parece que Adriana también les comentó que le toca el piso.
- ¡Andá a cagar! – Mario agita su brazo derecho en señal de incredulidad-. Esto para mí que es verso, loco. ¿Qué más les dijo? ¡¿Que le limpia el baño y que deja de ver el fútbol para grabarle la novela?!
- Y yo que sé... puede ser. Eso fue lo que me contó María.
- Bueno Mono... de última a vos eso no debería preocuparte ¿no?... digo con el lagarto ese que tenés vos...- Mario golpea con el puño debajo de la mesa-. Mirá ahí está saludando.
Se ríen, incluso el Mono que a pesar de darle un poco de pudor ya está más que acostumbrado a ese tipo de bromas.
- Che... - Juan titubea temiendo mostrar su ingenuidad ante los amigos- ¿pero las minas se cuentan esas cosas?
– ¿Y vos no comentás las tetas que tiene una mina que te levantás? -replica el Mono inmediatamente.
- Si, pero no te digo que MI NOVIA tiene terribles tetas.
– Porque todos sabemos que TU NOVIA tiene terribles tetas – acota el Mono que no la deja pasar y enseguida se suma Mario.
– Claro... pero aparte Juancito, las minas son las peores. Se cuentan todo.
– Unas guarras- subraya el Mono.
- Más bien. Por eso te digo que no escupas para arriba. Cuando Mariana se junte con éstas vas a ver.
- No creo- dice desconfiado Juan y la conversación se diluye mientras continúan pinchando del plato.
Luego de unos instantes, él mismo observa la puerta que se abre.
- Bo, ¿ese no es el flaco que hablábamos recién, el ex de Adriana?
- Si- acota el Mono con algo de sorpresa.
- ¿Qué hace acá? Y mirá... está con una mina.
-¿Que querés?... no está más con la otra pero no se la cortaron- Mario quiebra una lanza por él-. Aparte creo que vive por acá.
- A lo que voy es que esto es un antro y esa mina es un caballo.
- Si te escucha el gallego te saca a patadas- Mario lo alerta con disimulo.
- Pero si es el travesti de acá a la vuelta - Interrumpe el Mono al reconocerlo.
- ¡Es verdad!... pero está bueno igual- reflexiona Juan hundiendo la cabeza entre los hombros.
- Cuando tenés razón, tenés razón – tercia el Mono al tiempo que menea la cabeza pausadamente. Los demás se ríen hasta que Mario recuerda -... ¿no es el que se llevó Darío la otra vez que se fue en pedo?
- Podrías ser más específico – interroga el Mono con ironía.
El grupo ríe abiertamente y Mario da una palmada a la mesa que llama la atención del recién llegado.
- Paren que nos vio – advierte Juancito por lo bajo.
- Eso pasa por tu risa de nabo –le responde el Mario entre dientes mientras el tipo se acerca hasta su mesa.
- ¿Cómo andan che?- los saluda el recién llegado.
- Bien, bien ¿y vos?- responde Mario como vocero natural del grupo.
- Bien, dando una vuelta y tratando de mandarla a guardar- dice mientras guiña un ojo sin disimulo.
- Ya veo- continúa Mario mientras el Mono baja la cabeza tratando de ocultar su risa.
- Si, es que con aquella era bravo. Tenía un carácter fulero. Aparte...- haciendo una guiñada cómplice que ya hace sospechar un tic- ...por atrás no quería.
- Más bien, a veces pasa…- responde Mario con ya con un poco de vergüenza ajena
- Pero con estas es otra cosa. Es lo primero que te ofrecen.
- Claro, claro...
- Bueno, los dejo. Solo vinimos a comprar unos puchos por si quiere que nos quedemos conversando después del polvo – concluye risueño.
-Seguro que si. Vaya, vaya. – lo despacha rápido intentando no soltar la risa ahí mismo y pateando por debajo de la mesa al Mono que ya estaba a punto de hacerlo.
- Chau.
- Chau.
Se produce un breve silencio en la mesa. El Mono trata de contenerse con un bocado de chorizo hasta que se atora. Finalmente los tres largan la carcajada.
- Bo, ¿éste más gil no puede ser, no?- pregunta el Mono sin dar crédito.
- ¡Qué hijo de puta que es!!! ¡No hay derecho!- Mario se tapa la cara horrorizado.
Cuando por fin dejan de reír y empiezan a respirar con normalidad, Juan señala con el pulgar por encima de hombro – Che, ¿cuantas veces te la puso el bufa este?- y Mario le responde con un golpe en el hombro.
- Pero fuera de joda...-Juan levanta una ceja e inclina la cabeza- ...esta mina, Adriana ¿se engancha con los bichos más raros, no?
- Si buscás la sellada, la tiene ella seguro –concluye Mario.
- No sean así, de última cada cual que haga lo que quiera – trata de conciliar el Mono, aunque esté convencido que no hay nada más sano que ser un pibe de barrio que se junta cada tanto a comer un asado con los amigos, mientras hablan de fútbol, de mujeres y eventualmente, le sacan el cuero a quién se lo merezca.
* El dicho popular refiere a que si no se las clava-refiriendo metafóricamente al acto sexual-, se vuelan.

Una tarde en la cancha del Urreta

Una tarde en la cancha del Urreta
Cuando Jorge salió dribleando desde el fondo nadie entendía nada. Porque si me dijeras que era Andrés o Pablo -que años más tarde dejara de ser un eximio mediocampista para convertirse en mejor arquero- todavía... ¡¿Pero Jorge?! Aquel gordito que cada vez que agarraba una pelota hundía el cuello entre los hombros y con sonrisa traviesa levantaba levemente las manos como si fuese una dama antigua alzándose la pollera para no salpicarse al pisar un charco, no podía pasar ni un poste, y mucho menos eludir a todos los rivales que estaban en su camino hasta la valla contraria.
Esto sucedía cuando faltaban cinco minutos para que terminara el partido contra nuestro clásico rival, el quinto año de la tarde del colegio de la otra cuadra, e íbamos perdiendo por uno a cero. Situación por demás angustiosa si uno se hace la idea del handicap que implica ser un escolar del turno vespertino y la humillación que significa para todo estudiante matinal ser derrotado por esta categoría de escolar.
Todos los jugadores de nuestro equipo e incluso la gente que estaba junto al alambrado, le pedía a Jorge que largara esa pelota. Que abriese la cancha de ser posible, pero de todas formas comprendíamos que si su pase llegaba hasta un compañero cualquiera, ya era un logro apreciable.
Durante un breve silencio y se escuchó desde la tribuna un grito atronador: "¡Pasala gordo bolsa de pedos!". El tipo era el padre de Carlitos, un robusto mecánico que es el típico resentido que no pudo convertirse en futbolista profesional porque la madre lo presionaba para que estudiara abogacía valiéndose de la extorsión sentimental. Finalmente no hizo ni lo uno ni lo otro. Se rompió los ligamentos de la rodilla y dejó la carrera cuando se enteró que la madre era lesbiana. Y claro, el hombre se descargaba como podía.
El pobre gordo no tenía nadie que lo defendiera en la tribuna. Él era huérfano. Había aparecido en una canastita en la puerta del colegio y las monjas lo habían adoptado, pero ninguna podía ir los domingos a los partidos porque es el día de Dios. De pura casualidad lo dejaban ir a él, aunque a nadie le importara demasiado a menos que faltara algún jugador.
En ese instante Jorge se detuvo, pisó la pelota y alzó la vista con un garbo que ni Obdulio Varela y miró al padre de Carlitos con sus ojos encendidos de rabia, pero éste lejos de intimidarse le espetó "¿Qué mirás mamadera? ¡Patiala pa' delante que te la van a sacar!".
Sin decir palabra, pero con más orgullo que nunca, nuestro eventual lateral derecho, y digo eventual porque Daniel -el titular- estaba con varicela sino Jorge no veía la cancha ni en figuritas, adelantó la pelota levemente y continuó su serpenteante trayecto hacia el arco de Ramón.
Él era un golero fenomenal, posiblemente de los mejores de la liga. Se pasaba todo el partido comiendo refuerzos de salame pero siempre les salvaba la plata, porque los defensas de su equipo corrían como embolsados y no servían para nada. Además, en los córners no había quién se le acercara. Con su aliento y sus estratégicas flatulencias nos dejaba sin respuesta ante una pelota llovida.
Mientras tanto, nuestro número cuatro ya estaba llegando a la mitad de la cancha y había sorteado a tres rivales, aunque sin mayor esfuerzo pues el que más se le acercó estuvo a dos metros de él. Parecía Moisés abriendo las aguas del mar Rojo.
Al principio tal vez fuese por la incredulidad de nuestros rivales, que lo conocían de tiempo atrás y eran conscientes de su incapacidad con la pelota en los pies, pero a esas alturas tendrían que haber caído en la cuenta que algo raro estaba sucediendo.
Nosotros no teníamos más remedio que dejarlo hacer a menos que intentáramos faulearlo para quitarle la pelota. Cosa sin precedentes que Alejandro intentó infructuosamente ya que Jorge lo topó como una cabra. La confusión era tal que desde la hinchada rival recriminaron al juez por no haber cobrado dicha falta.
El ambiente se estaba caldeando como era usual en estos partidos, pero nadie entendía bien por qué. Incluso una compañerita nuestra que gustaba de Jorge, una flaca de armas tomar, estaba a grito pelado contra una hincha del otro colegio.
Todos los que estábamos en la cancha, salvo el gordo, observamos el espectáculo de las dos niñas que comenzaban a empujarse y tomarse de los pelos mientras Jorge seguía su camino hacia el gol sin que nadie se preocupara por él.
Un padre que estaba en la tribuna se tomó el atrevimiento de separarlas, y el término atrevimiento se debe a que más tarde una de las chicas acusó a este señor de haberle tocado sus incipientes pechos mientras intentaba acabar con la pelea.
Para cuando volvimos la atención a lo que ocurría en el campo, nuestro compañero se encontraba a escasos metros del área y un solo defensa se interponía entre él y Ramón.
Ya ninguno de nosotros estuvo a tiempo de intentar nada, solo observar y rezar -costumbre a la que somos afectos los futbolistas de los colegios católicos-.
Todo sucedía como en una película americana, donde los "buenos" están por lograr el milagro de arrebatar a los rusos la medalla de oro olímpica. Así pudimos ver como el último defensa, haciendo gala de la usual deficiencia motriz, se tropieza y cae de bruces frente a Jorge, quien ya estaba cruzando la frontera del área, la parcela gobernada por el temido Ramón.
Nuestro compañero levantó la vista y vio al cancerbero agazaparse e inflar los pulmones dispuesto a lanzarse hacia la pelota, o bien eructarle en la cara.
Jorge observó al golero, contuvo la respiración y dio a la pelota un puntazo furioso que fue a dar a la red, muy cerca del palo izquierdo.
Fue el uno a uno. Su primer gol oficial, que al Corazón de María F.C. no le sirvió de nada ya que igual terminamos el campeonato en noveno lugar, pero que a Jorge le valió dejar de ser el último elegido luego de la pisadita en la clase de gimnasia. Y todos sabemos cuan importante es esto para la autoestima de un niño de diez años.

En el bondi

En el bondi
(por Lechuza)

Tomada del pasamanos junto a la puerta del medio una mujer madura, ceñida en unos jeans celestes, alza con descuido su hermosos glúteos hacia el muchacho que está sentado y concentrado en su reproductor de mp3.
Él demora unos instantes hasta que descubre la sensual figura de la cuarentona que lo provoca con sus movimientos impacientes y el traqueteo del ómnibus. En seguida comienza a percibir la excitación creciendo bajo su mochila que no tiene la culpa de estar en su falda.
Repentinamente ella se agacha para ver cuanto falta, acercando aún más sus ajustadas nalgas al adolescente. Luego se gira para mirar por la ventana de ese lado, permitiéndole apreciar los sinuosos muslos y el surco formado en la parte delantera de los jeans. Enseguida ella descubre los ojos del chico tratando de espiar a través del pequeño hueco triangular de su entrepierna.
Él se ruboriza al ver sorprendida su lasciva mirada que subía hasta detenerse en la cintura del pantalón que la faja, elevando una suave pancita bronceada. La mujer le ofrece una sonrisa comprensiva y vuelve a darle la espalda, obsequiándole otra vez sus porciones carnosas y redondeadas.
El destino del muchacho se aproxima contra su voluntad de continuar tan excitante observación. El miembro palpitante lo sobresalta y piensa en la dificultad de disimularlo cuando tenga que levantarse. Su imaginación sigue su curso y la presión del pantalón solo contribuye con su ansiedad.
Cuando vuelve en sí ve la parada frente a sus ojos. El ómnibus retoma su marcha y con un movimiento nervioso se para y avisa al chofer. Éste frena de repente, el joven pierde el equilibrio y accidentalmente aprisiona a la mujer contra el pasamano, amortiguando su miembro con los firmes glúteos. Ella siente la presión de un cuerpo que la abarca por detrás y la respiración agitada junto a su mejilla. Una breve contracción la recorre como una tibia caricia, desde la parte baja de la columna hasta el interior de sus muslos.
Se despegan titubeantes y se miran, pidiendo disculpas y agradeciendo a la vez.
Él se baja sin mirar atrás. Ella sigue su viaje.

Si me voy...

Si me voy...
(por Lechuza)

Alguien dijo una vez que lo más difícil de escribir algo, lo que sea, es comenzar. En este momento no recuerdo exactamente quién, que además tampoco lo dijo con esas palabras, pero eso no es lo importante en este momento sino la certeza de su sentencia.
Fumaría un poco de marihuana y me sentaría junto a la estufa de leña a mirar el fuego y las brasas incandescentes que tienen ese color y esa textura tan propicia para perderse en ellas, persiguiendo algún pensamiento extraviado.
En cambio estoy sentado frente a la computadora con un vaso de whisky y un cigarrillo encendido que opto por dejar en el cenicero para que no me estorbe.
Es temprano pero tengo mucho cansancio y sueño. Afuera está lloviendo y me da pereza salir, aunque sé que en un rato tendré que recoger a Luján por su ensayo. Realmente me da bastante pereza, pero es martes y es una de las pocas noches de la semana que puede quedarse a dormir en casa.
Ella es uno de los motivos por los cuales estoy acá sentado, tratando de escribir unos párrafos medianamente potables para un pasquín que no leen ni sus propios columnistas. Uno de los motivos que me mantienen con la esperanza de salir de esto y lograr un espacio en alguna revista como la gente o poder escribir un guión que a alguien le interese realizar, y así dejar el taxi sin tener que probar suerte en otro país, como creo que en definitiva tendré que hacer.
Hace unos meses estuve a punto de irme, pero de la noche a la mañana nuestra relación cambió, o más bien ella cambió la relación. Tal vez porque tuvo miedo porque la separación fuera definitiva. En realidad yo también.
Pero estaba dispuesto a hacerlo juntos, a diferencia de ella.
Entre la familia, el teatro y sus amigos tiene suficientes razones para quedarse en este país de mierda que solo asfixia poco a poco a los que tienen el coraje de quedarse.
A pesar que maldigo todo el tiempo, no sé que haría en otro lugar. No solo por extrañar a las personas sino también las situaciones. La sensación de estar acá.
Matear en la rambla mientras leo o converso con alguien, un sábado en el Mercado del Puerto o un asado con mis amigos. Tocar los tambores o ir los jueves al boliche de Pedro y encontrarme con quién esté. Tomar una cerveza bien fría en la rambla, cualquier noche de verano. Incluso el taxímetro me fastidia, pero en ningún lugar del mundo las historias que cuentan sus pasajeros estarán tan cargadas de melancolía, ni las paradas donde se juntan los choferes tendrán el mismo olor a chorizo al vino blanco.
No sé que tienen esos muritos donde se juntan los pibes, ni los cordones donde rebotan las pelotas de fútbol, pero estoy seguro que eso no existe en otro lugar del mundo.
¿O habrá en alguna parte veteranas que, como en mi barrio, se despierten a las siete y media de la mañana para barrer la vereda y armen varios montoncitos de hojas secas junto al cordón para quemarlas e inundar de olor a humo todas las casas de la cuadra? Veteranas que se sienten al solcito a tomar mate y cuando se aburran o recuerden algún chisme, se arrimen a conversar con la “quinelera” y las eventuales comadres que juegan tres pesos a la cabeza y cinco a los diez.
Realmente no creo que encuentre estas cosas en ninguna parte.
Eso no quita que quiera irme, que quiera hacer el intento de mejorar. Tampoco quita que pueda escribir unas líneas para el diario antes de recoger a Luján.
Sé que esto último tampoco es fácil, sino ya lo hubiese hecho. Y no lo es porque nada me motiva. Veo todo tan oscuro que resulta difícil encontrar algo estimulante.
No sé que hacer para lograr algo interesante para publicar pero conseguí algo para esperar que llegue la hora de salir.
Tal vez si me voy me quede sin historias que contar o personajes que describir.
Será porque no puedo escribir sobre algo que no conozco o que no siento como propio. Creo que lo sentiría tan ajeno como quién lea mis cosas y haya nacido en un 10° piso de 18 y Ejido y su principal divertimento fuera un Atari. De alguien que nunca tuvo un perro, ni tuvo la posibilidad de hacerlo mear en el zaguán de los vecinos más ortivas. O que estuvo pupilo durante los años escolares, sin poder jugar un partido de fútbol contra los de la otra cuadra, para luego y como siempre, terminar con una escaramuza que empezó con una pelota que para unos no entró, que pasó alta, por encima de nuestro travesaño imaginario.

La verdad sea dicha

Mucho se ha debatido al respecto pero creo oportuno zanjar la discusión de una vez por todas. Y para ello es conveniente ir a la raíz misma del asunto.
Por definición, los extraterrestres son aquellos seres que habitan en algún lugar fuera del Planeta Tierra, pero también hay que tener en cuenta en qué condiciones. Puede ser en calidad de inquilinos, propietarios u ocupantes. Por otra parte, hay que considerar las características de su vivienda, ya sea mueble o inmueble y si su residencia fuera de la tierra, es de carácter permanente o transitorio.
Partiendo de estas premisas podemos afirmar efectivamente la existencia de seres que, en calidad de ocupantes de bienes muebles en situación transitoria, habitan fuera de nuestro planeta. Tal es el caso de los astronautas que parten en una expedición de cualquier tipo. Estos, a su vez, pueden ser humanos, perros, monos, etc. sin necesidad de tener una coloración verdosa, cuerpo escuálido y cabeza grande.

Sueño pesado

Sueño pesado
(por Lechuza)

Me despierto temprano a la mañana, sin ganas de ir a clase pero no tengo más remedio que levantarme ya que las incesantes inquisiciones de mi madre no dejan otra opción. Me incorporo, aún entre sueños y la oigo salir a su trabajo. Sin reacción ni voluntad para otra cosa vuelvo a caer sobre la cama.
Suena el teléfono
- Hola ¿qué hacés?- dice mi novia en tono poco tolerante. Confundido, le pregunto el porqué de su llamada tan tempranera. Su respuesta, luego de un resoplo, es simplemente -Mirá el reloj- pero lo único que logra es aumentar mi desconcierto. En este momento marca las doce y veinte, pero habrían pasado solo cinco minutos desde las ocho menos diez. De todas formas comprendí que no era momento para hablar de lo rápido que pasa el tiempo; dejando de lado que no estoy muy contento por haberme perdido otra clase y que ella tampoco lo está pues habíamos quedado que ayer, después de estudiar, la pasaría a buscar para ir a un cumpleaños y yo me había olvidado.
- Gordi, disculpame pero se me pasó totalmente. Terminé de estudiar y con la misma me bañé y me fui al cine.
-¡¿Solo!?
-Sí mi amor, solo- me empiezo a revolver en la cama pero aún sin ganas de levantarme mientras ella continúa interrogándome.
-¿Y preferís irte solo al cine en lugar de pasar un rato conmigo?
-No, pero viste como es Cinemateca. Las películas las dan un día o dos y justo ayer me vino bien. Además te juro que no me acordé del cumpleaños.
- Sí claro- ni vale aclarar la ironía de su tono.
- En serio mi amor, no fue a propósito- y es cierto, no lo había recordado pero no tiene caso seguir insistiendo. Por lo menos por el momento.
Escucho la puerta de la calle. Llega mi madre y yo todavía en la cama. Estoy pronto para recibir su obligatorio comentario sobre mis responsabilidades, la edad que tengo y tal vez otro apéndice, si se le ocurre.
La escucho dar vueltas por la casa. Mientras me imagino su recorrido descuido lo que Patricia me dice. A tan pocos minutos de despertarme no tengo audición en estéreo.
Me vuelvo a concentrar en ella
-¿Qué vas a hacer ahora? Tengo un rato y podemos almorzar juntos.
- No sé si te acordás pero ayer también quedamos en eso. Supuestamente a la una estarías en casa para almorzar- su respuesta impactó directamente en mi mentón.
- Seguro que me acuerdo. Ya me estoy levantando y voy para allá- eso no es cierto pero queda bien-. Bueno gordi, te dejo así me da tiempo para bañarme. Un beso.
La voz de mi madre pidiéndome el teléfono me impide oírla pero asumo que se despidió. Corto.
-!Levántate de una vez!- me reclama a continuación.
Me quedo pensando sobre la clase que falté y que ya le perdí el hilo a la materia. Además ahora recuerdo que la siguiente clase tengo el parcial.
Pensando en algo más inmediato considero el hecho de levantarme enseguida, bañarme e ir a almorzar con Patricia. Después vuelvo a casa a estudiar para el parcial, pero tendría que pasar a saludar a Alfredo que se va mañana a Europa y además ordenar el cuarto que es un caos. Mi madre me interrumpe nuevamente procurando que me levante. Luego la oigo salir.
Suena el teléfono
- Hola ¿qué hacés?- dice mi novia en tono poco tolerante.

Instrucciones para aplaudir

Instrucciones para aplaudir*
(por Lechuza)

Lo primero que debemos encontrar es una motivación que amerite nuestra respuesta, nuestro saludo. Preferentemente de un gusto tal que nos obligue a sacar las manos de los bolsillos en una gélida tarde de estadio o que las levante del cómodo posa brazos del teatro.
Una vez obtenido el motivo alce las manos, como mínimo a la altura del ombligo, pudiendo inclusive realizar la operación encima de su cabeza. Igualmente es conveniente estar acorde con la situación y no pecar de efusivo aplaudiendo una ópera por encima de la testa.
La separación de las manos al iniciar el procedimiento puede variar, pero tome el ancho de su torso como referencia. Su brazo y antebrazo deben formar un ángulo de 90 grados. Jamás utilice los brazos estirados o parecerá estúpido.
Luego junte sus manos hasta que choquen con cierta violencia. Vale aclarar que las manos deben estar abiertas y con las palmas hacia adentro. Verá como producen un sonido parecido a un “plac”.
Esta es la unidad mínima del aplauso, pero estos se conciben, por lo general, en conjuntos de cantidades variables, pudiendo incluso formarse ritmos a gusto.
Ahora que conoce la forma de aplaudir puede complacer a quién lo alegró y no aparentar insensibilidad con quienes lo rodean.




* Espero que no piensen que es un plagio sino una humilde imitación de estilo de las "Instrucciones..." de Cortazar