Acá hay algo de lectura variopinta para pasar el rato. Si el material es de su agrado, les agradeceré que me lo hagan saber pues alimenta mi ego. De lo contrario también avisen así no paso más verguenza.

Tuesday, September 26, 2006

Una tarde en la cancha del Urreta

Una tarde en la cancha del Urreta
Cuando Jorge salió dribleando desde el fondo nadie entendía nada. Porque si me dijeras que era Andrés o Pablo -que años más tarde dejara de ser un eximio mediocampista para convertirse en mejor arquero- todavía... ¡¿Pero Jorge?! Aquel gordito que cada vez que agarraba una pelota hundía el cuello entre los hombros y con sonrisa traviesa levantaba levemente las manos como si fuese una dama antigua alzándose la pollera para no salpicarse al pisar un charco, no podía pasar ni un poste, y mucho menos eludir a todos los rivales que estaban en su camino hasta la valla contraria.
Esto sucedía cuando faltaban cinco minutos para que terminara el partido contra nuestro clásico rival, el quinto año de la tarde del colegio de la otra cuadra, e íbamos perdiendo por uno a cero. Situación por demás angustiosa si uno se hace la idea del handicap que implica ser un escolar del turno vespertino y la humillación que significa para todo estudiante matinal ser derrotado por esta categoría de escolar.
Todos los jugadores de nuestro equipo e incluso la gente que estaba junto al alambrado, le pedía a Jorge que largara esa pelota. Que abriese la cancha de ser posible, pero de todas formas comprendíamos que si su pase llegaba hasta un compañero cualquiera, ya era un logro apreciable.
Durante un breve silencio y se escuchó desde la tribuna un grito atronador: "¡Pasala gordo bolsa de pedos!". El tipo era el padre de Carlitos, un robusto mecánico que es el típico resentido que no pudo convertirse en futbolista profesional porque la madre lo presionaba para que estudiara abogacía valiéndose de la extorsión sentimental. Finalmente no hizo ni lo uno ni lo otro. Se rompió los ligamentos de la rodilla y dejó la carrera cuando se enteró que la madre era lesbiana. Y claro, el hombre se descargaba como podía.
El pobre gordo no tenía nadie que lo defendiera en la tribuna. Él era huérfano. Había aparecido en una canastita en la puerta del colegio y las monjas lo habían adoptado, pero ninguna podía ir los domingos a los partidos porque es el día de Dios. De pura casualidad lo dejaban ir a él, aunque a nadie le importara demasiado a menos que faltara algún jugador.
En ese instante Jorge se detuvo, pisó la pelota y alzó la vista con un garbo que ni Obdulio Varela y miró al padre de Carlitos con sus ojos encendidos de rabia, pero éste lejos de intimidarse le espetó "¿Qué mirás mamadera? ¡Patiala pa' delante que te la van a sacar!".
Sin decir palabra, pero con más orgullo que nunca, nuestro eventual lateral derecho, y digo eventual porque Daniel -el titular- estaba con varicela sino Jorge no veía la cancha ni en figuritas, adelantó la pelota levemente y continuó su serpenteante trayecto hacia el arco de Ramón.
Él era un golero fenomenal, posiblemente de los mejores de la liga. Se pasaba todo el partido comiendo refuerzos de salame pero siempre les salvaba la plata, porque los defensas de su equipo corrían como embolsados y no servían para nada. Además, en los córners no había quién se le acercara. Con su aliento y sus estratégicas flatulencias nos dejaba sin respuesta ante una pelota llovida.
Mientras tanto, nuestro número cuatro ya estaba llegando a la mitad de la cancha y había sorteado a tres rivales, aunque sin mayor esfuerzo pues el que más se le acercó estuvo a dos metros de él. Parecía Moisés abriendo las aguas del mar Rojo.
Al principio tal vez fuese por la incredulidad de nuestros rivales, que lo conocían de tiempo atrás y eran conscientes de su incapacidad con la pelota en los pies, pero a esas alturas tendrían que haber caído en la cuenta que algo raro estaba sucediendo.
Nosotros no teníamos más remedio que dejarlo hacer a menos que intentáramos faulearlo para quitarle la pelota. Cosa sin precedentes que Alejandro intentó infructuosamente ya que Jorge lo topó como una cabra. La confusión era tal que desde la hinchada rival recriminaron al juez por no haber cobrado dicha falta.
El ambiente se estaba caldeando como era usual en estos partidos, pero nadie entendía bien por qué. Incluso una compañerita nuestra que gustaba de Jorge, una flaca de armas tomar, estaba a grito pelado contra una hincha del otro colegio.
Todos los que estábamos en la cancha, salvo el gordo, observamos el espectáculo de las dos niñas que comenzaban a empujarse y tomarse de los pelos mientras Jorge seguía su camino hacia el gol sin que nadie se preocupara por él.
Un padre que estaba en la tribuna se tomó el atrevimiento de separarlas, y el término atrevimiento se debe a que más tarde una de las chicas acusó a este señor de haberle tocado sus incipientes pechos mientras intentaba acabar con la pelea.
Para cuando volvimos la atención a lo que ocurría en el campo, nuestro compañero se encontraba a escasos metros del área y un solo defensa se interponía entre él y Ramón.
Ya ninguno de nosotros estuvo a tiempo de intentar nada, solo observar y rezar -costumbre a la que somos afectos los futbolistas de los colegios católicos-.
Todo sucedía como en una película americana, donde los "buenos" están por lograr el milagro de arrebatar a los rusos la medalla de oro olímpica. Así pudimos ver como el último defensa, haciendo gala de la usual deficiencia motriz, se tropieza y cae de bruces frente a Jorge, quien ya estaba cruzando la frontera del área, la parcela gobernada por el temido Ramón.
Nuestro compañero levantó la vista y vio al cancerbero agazaparse e inflar los pulmones dispuesto a lanzarse hacia la pelota, o bien eructarle en la cara.
Jorge observó al golero, contuvo la respiración y dio a la pelota un puntazo furioso que fue a dar a la red, muy cerca del palo izquierdo.
Fue el uno a uno. Su primer gol oficial, que al Corazón de María F.C. no le sirvió de nada ya que igual terminamos el campeonato en noveno lugar, pero que a Jorge le valió dejar de ser el último elegido luego de la pisadita en la clase de gimnasia. Y todos sabemos cuan importante es esto para la autoestima de un niño de diez años.

2 Comments:

Blogger Blondiepower said...

Por Dios que recuerdos! (la costumbre de escribir Dios con mayuscula me quedo del colegio).

6:50 AM

 
Blogger D.co Arte en decoración said...

Del evento no me acuerdo, quizas por no haber sido la de los pechos incipientes (a esa altura los tenía bien desarrollados). Aun asi puedo apreciar tus dotes de escritor. Si bien advertí el final en las primeras líneas, los jugosos, sarcásticos y por ello graciosos comentarios me hicieron disfrutar mucho de la lectura. Gracias Gonzalo por compartir esto con nosotros. No te haces idea todo lo que vino a mi mente desde que publiqué las fotos en facebook. Cada día me dan más ganas de hacer una reunión. Besos!!

9:38 PM

 

Post a Comment

<< Home